Retrato del artista en explorador 

por Bernard Goy

A los retos propuestos para la diversidad del arte del siglo XXI, si tuviésemos que responder tratando de identificar una tendencia mayor, sería sin duda la diversidad misma.

Después de que el arte moderno privilegió la novedad, la emancipación de los códigos de la representación heredada de la tradición, el arte dicho contemporáneo ha quitado la apariencia misma del arte, para mejor interrogar el sentido. En la actualidad, los artistas quizás no tengan más límite formal que cruzar, obstáculos culturales que superar; quizás busquen más bien a reformular un sentido, en un espacio mundial completamente abierto donde todo parece posible.

En este sentido, la obra de Philippe Guérin traduce bien las búsquedas de nuestro tiempo, que abren sin cesar múltiples pistas y donde se cruzan todas las técnicas y géneros.

Philippe Guérin ha escogido la pintura. Pero para él esta elección debe quedarse abierta. Desde finales de los años 80, explora numerosas posibilidades, fiel a la citación de George Braque, « Nunca adherirse. »Sin hilo conductor, sin escuela, pero, por supuesto con reglas, sin las cuales ningún sentido podría ocurrir, tampoco periodos identificables en esta obra y, por lo tanto, un estilo se impone, o más bien se diseña. Ya que, tanto la personalidad, como la pintura de Philippe Guérin no se imponen. Tenemos más bien el sentimiento que se revela, por una mezcla sabia y sutil de exceso y escasez, de riqueza formal iconográfica mezclada a una rigurosa economía del gesto.

Los exploradores de siglos pasados eran también, a menudo, conquistadores feroces, por no decir salvajes, donde las conquistas estaban llenas de matanzas o por lo menos de muchos daños. A semejanza de los de hoy, atentos a los espacios naturales y a las sociedades que conocen, a la alteridad, Philippe Guérin persigue una búsqueda en el espacio múltiple de la pintura, donde los descubrimientos resuenan como homenajes devueltos a su historia y a sus lenguajes.

Siempre resistiendo a la moda de referirse o citar muy en boga en el arte contemporáneo, su obra se despliega fuera de todo sistema cronológico o conceptual, según las inspiraciones del momento. El pintor puede así referirse a la Abstracción modernista, para estructurar la escansión de un gran cuadro épico como el suntuoso políptico rojo. Él puede también convocar, en un deseo de paisaje, tranquilo o incluso melancólico, los estilos que precedieron la Abstracción, encontrando la familia estética de Léon Spillaert u Odilon Redon, ellos mismos pioneros del arte moderno que no reivindicaron.

A menudo cerca del signo, el gesto puede también alejarse para enfocar la pintura en su dimensión clásica, la del siglo XVII, el siglo de Rembrandt, de Philippe de Champaigne, antes que una forma nos desvíe a pensar en Goya.

Esta libertad es en ella misma una elección.

De nuevo, si hay sin duda homenajes en esta obra, no están decididos, parecieran venir mientras el artista busca una forma para expresar un sentimiento o constatar una situación contemporánea.

Aquí, quizás, se ve claramente que esta obra pertenece al arte contemporáneo: algunas tendencias del arte moderno querían » partir de cero » (« tabula rasa »), partir de cero sería deshacerse de todas las herencias tradicionales, para no tener nada y mirar solamente hacia el avenir.

La historia ha mostrado que había aquí un ingenuo y culpable error de discernimiento ideológico. La historia del arte puede mostrar, hoy, que « la edad contemporánea » de la que habla el crítico de arte francés Paul Ardenne en un libro, ha tomado la medida de esta ingenuidad, aunque si, incluso hasta en los años 50, muchas obras maestras fueron realizadas en la energía del descubrimiento. Ahora, esta magnífica energía se transformó enseguida en una doctrina perdiendo así su fuerza. Esto pasaba globalmente a finales de los años 80.

 

 

 

 

El eco del cuerpo

« El cuerpo es el elemento fundamental » escribió François Pluchard a finales de los años 60. El cuerpo hoy se revela problemático, en el linde de transformaciones inéditas a la escala de la humanidad. Ya el arte contemporáneo constata este elemento nuevo. El vídeo, la fotografía, la escultura, traducen una situación reciente en la cual no es más la naturaleza hostil que amenaza la integridad biológica del hombre, sino las nuevas tecnologías, llamadas para modificar en profundidad este « elemento fundamental ».

En los siglos pasados, la pintura occidental fue el revelador de la forma humana, « la única que valiera » como hubiera dicho Goethe.La representación del cuerpo es mayor en la pintura de Philippe Guérin. La diversidad del tratamiento que el pintor aporta a este motivo central representa también la diversidad de puntos de vista que son hoy los nuestros, después del Cubismo y todas las difracciones formales que caracterizan nuestro tiempo. Según si se coloca en una situación mayor o amenazada a desaparecer, el cuerpo humano parece siempre aparecer. Aquí caído, sufriendo, ahí tranquilo, se muestra en un modo bien conocido de remanencia, como un pensamiento olvidado, retenido en el pasado pero apareciendo a la vuelta de un nuevo cuadro. La exploración del espacio pictórico al cual se dedica el pintor parece conducirlo inevitablemente a la única forma que valga, pero en un modo de fuga, forma medio aparecida, y desaparecida y vuelve, como un recuerdo de la humanidad que rechaza la amnesia.

Por esta búsqueda incesante que asume la confusa condición contemporánea, la pintura de Philippe Guérin está sin duda muy cercana a la reflexión del filósofo francés Bernard Stiegel que resumía con estas palabras el papel del arte, en una entrevista publicada en la revista L'OEIL (EL OJO) hace algunas semanas:

« ¿El papel del arte? Producir discernimiento. »

 

Bernard Goy, Strasbourg, Abril 2011

 

Bernard Goy, inspector-consejero de la creación artística en la Dirección regional de asuntos culturales d' Alsace, Ministerio de la Cultura y de la Comunicación. Catálogo-Painting: Alive! 2011, Sichuan Museum

 

 


Philippe  Guérin:  Lienzo de vida

por Olivia Sand

Escribir acerca del trabajo de Philippe Guérin es una tarea ambiciosa, ya que a lo largo de los años nunca ha dejado de inventarse. Si no hay un « estilo » que permitiera identificar inmediatamente su trabajo, encontramos sin embargo una escritura fundamental a su exploración de diferentes horizontes. En estas últimas décadas, hemos podido observar a muchos artistas extremadamente dotados para contarnos historias pero, a lo largo de sus carreras, estas historias eran casi idénticas. Philippe Guérin al contrario, non cuenta historias bellas y variadas que se materializan a través de formas muy distintas en el lienzo, buscando a crear así el lienzo de una vida. Si debiéramos resumir su trabajo de manera más general, aparecería muy claramente que su « obra » fundamental consiste en narrar la historia de la pintura, y Philippe Guérin muestra un magnífico talento para esto.

En efecto, tan lejos como remontemos, la pintura occidental está fundada en la representación de la figura humana de manera predominante. Philippe Guérin (Nació en 1952 en Chalon-sur-Saône, Francia) siempre ha expresado un profundo apego a algunas de las grandes escuelas y a grandes maestros de los siglos pasados (donde la competencia en algunos ámbitos nunca ha sido superada) y siempre ha reconocido completamente su herencia. Él se pone de lado de los grandes defendedores de la pintura figurativa pero, manifestando una preocupación constante a la integración de esta herencia de antiguos maestros en un contexto contemporáneo. Incluso en una época relativamente reciente, mientras que el mundo del arte aclamaba alto y fuerte que la pintura estaba « muerta » y que ya se había dicho todo, Philippe Guérin nunca perdió de vista la herramienta fabulosa que la pintura representaba ni al conjunto de posibilidades que ella ofrecía, él nunca abandonó este medio incluso cuando era más interesante desde un punto de vista comercial explorar otras formas como la fotografía, la instalación o la vídeo.

 

Philippe Guérin es un diseñador impresionante y es cuando esfuma la forma humana que su talento se manifiesta en toda su belleza. Utilizando con tanta habilidad el lápiz, el pincel y el color, pone mucho cuidado de no mostrarnos la figura en su integralidad, con cada uno de sus rasgos: él subraya los detalles de ciertas zonas (un busto, una silueta...), y los sobrepone a otros fragmentos del lienzo (cuadro) que están pintados de manera más ligeros. Así, entretiene maravillosamente bien un cierto misterio en cuanto a la identidad y al contexto que rodean sus trabajos, autorizando así al que lo mira a ser un protagonista que incluiría las piezas que faltan. Es lo que aparece a través la selección de la obra de Philippe Guérin propuesta en esta exposición, es que estos cuadros tienen peso y están construidos sólidamente pero sobre todo tienen sentido. Estos cuadros participan a la vida y a todos sus movimientos: nos hacen reflexionar. Cada uno de nosotros puede encontrar su propia verdad en estos lienzos que son profundamente auténticos. Finalmente, esto queda y quedará una experiencia que lleva al que la mira a la interrogación y a la introspección. Esto refuerza nuestra convicción que la pintura está viva, y que mejor ejemplo para probárnoslo que « el lienzo de vida » de Philippe Guérin.

 

 


Sébastien Ptévoteau

Philippe Guérin nació en Clalon-sur-Saône en 1952, se orienta hacia la pintura después de una formación de arquitecto. Cercano a una tradición clásica de la representación del cuerpo, utiliza diferentes modalidades del color con los cuales establece combinaciones geométricas y experimenta múltiples técnicas para el empleo de tapados, estampación y cintas adhesivas. La expresión manierista de las figuras, donde la fuerza y el movimiento evocan a veces a Michel-Ange, responde a un tratamiento pictórico más abstracto, que va de amplias superficies lisas a chorros de pintura « irresistiblemente pollockiens ». Ante la clásica oposición figuración-abstracción, elige la cohabitación, sustituyendo a la alternativa “el uno o el otro” la dialéctica “el uno y el otro”. Esta cohabitación plástica, este verdadero frotamiento

heterogéneo, parece en algunos lugares someter los cuerpos a la tensión paroxística de una convulsión sorda y retenida, ésta dinamizada por la nimbo de un tercer término: la reserva, donde la utilización parece asegurar una cohesión al conjunto del dispositivo. Definido como un lugar vacío, un pasaje o un reservorio conteniendo “energía disponible”, ella le da a la obra entera una dimensión dramática, ontológica (no solamente técnica)

Por la emergencia misma de la figura que parece surgir en su lugar adecuado. Aquí, “sus cabezas se cargaron de sueños”, una mujer frente a un personaje apenas esbozado, visto de espalda, que parece ocupar un lugar vacío, vacante e intercambiable, como un intermediario de un sitio pictórico , pintor o espectador, testigo o curioso?. Ya en su tesis de diploma de arquitectura, Guérin precisaba un acercamiento entre el trabajo del sueño y el de la arquitectura. Hoy, “dejar vacíos quizás sea evacuar el conflicto” sin el cual la figura, aquí hecha, modelada o contornada no tendría probablemente lugar.

 


Philippe Guérin

por Bernard Goy

La primera palabra que viene a la mente cuando vemos las pinturas recientes de Pilippe Guérin es la elegancia. Esta palabra (que podríamos acercar a otra, la espiritualidad) tiene la ventaja de la ligereza, no la del manierismo que evacua los retos, sino más bien, en este caso, una actitud llena de tacto hacia la pintura y a la representación, una retirada sensible que deja venir a tiempo la representación del sujeto.

La segunda palabra sería quizás la calidad, término vacío del cual nos servimos para todo en el arte contemporáneo. Por lo tanto, ante sus cuadros conserva un cierto eco de donde emana una atención aportada al tratamiento que nunca controla el detalle, sino un tipo de armonía entre las superficies pintadas, líneas y que la imagen no atrapa, sin que ellas sean dadas por lo tanto por la opacidad de formas puras. La reserva es también un pasaje, una invitación a quitar el espacio real donde el cuadro está colgado por el espacio figurado que nos abre.

Aparecen entonces otros retos, los retos de sentidos, que permanecen o se vuelven estos últimos tiempos, las únicas razones para pintar o mirar los cuadros. Philippe Guérin reconoce, en el trabajo mismo, el suyo, una dimensión ética (y no didáctica) donde la pintura sería de alguna manera el laboratorio.

Al contrario de la de Gerhard Richter, la distancia entretenida por Philippe Guérin siempre pone en cuestionamiento el sujeto : un maremoto de color rosa donde la explosión amenaza la integridad de tres formas redondas que son los testigos inmóviles, responde a la gloria del cuerpo en cruz, donde la forma abandonada resuelve todos los conflictos. A una impetuosa expansión de una forma, responde la retirada luminosa de la otra. En otro lugar, el mismo azul visita una flor o una mariposa y los ojos de una niña. Más allá, todavía la superficie compuesta de un rostro femenino parece mirarnos a través la trama del lienzo. Lo que se juega en estas superficies trabaja también la profundidad de una vida.

 

Bernard Goy, abril 1996 

Exposición «Menus objets du désir de peintre » (« Pequeños objetos de deseo de pintar »), catálogo, galería Arte & Patrimonio, 1996

 

 

Entrevista


Un antiguo cuadro de Phillipe Guérin se titula: “Sus cabezas cargadas de sueños” representa a una pareja. La mujer, vista de tres cuartos de frente está diseñada, mientras que el hombre visto de tres cuartos de espalda, solamente está pintado a la mitad. La reserva (superficie no pintada, el vacío) ocupa en esta última figura un gran lugar. Nuestra conversación a propósito de pinturas recientes comenzó con este tema. Por otro lado, elementos abstractos, sobre todo geométricos vienen a perturbar la visión del sujeto figurado y de su espacio.


A Philippe Guérin: todavía en la actualidad le gusta conservar este equilibrio entre la presencia de la superficie y la del sujeto que se inscribe. No “el uno o el otro”, sino el uno y el otro para retomar la expresión de un amigo. Estos elementos de superficie y abstracción han sido para mí una gramática, los elementos del aprendizaje de la pintura.


Bernard Goy: ¿Un aprendizaje moderno?

P.G.: Cuando descubrí a Mondian, abandoné el proyecto de pintar cuadros y elegí hacer estudios de arquitectura. Yo realmente comencé la pintura en 1974.

B.G.: 1964, ¿“Soportes-superficies”?

P.G.: Nunca he tenido reivindicaciones políticas con la pintura, pero “Soportes-superficies” siempre me ha interesado. Mis cuadros siempre han tratado de decir: “soy un lienzo tenso sobre un chasis”.

B.G.: Tenemos el sentimiento que usted reutiliza elementos que valieron por ellos mismos en el arte moderno, un poco como la “reutilización” en arquitectura, cuando el material ya utilizado sirve de nuevo para construir otra cosa.

P.G.: Los utilizo para ponerlos en obra. Tomo los elementos que tienen un valor teórico para hacer una pintura. B.G.: Usted no imita las texturas de la realidad, pero imita al modelo.

P.G.: Tiene razón. Trato de ser auténtico, de hacer algo verdadero. En el fondo si hay algo verdadero, no es el rostro, es la luz sobre él. La luz del momento.

B.G.: De Cézanne a Rauschenberg, hay una historia de la utilización de la reserva; ¿Tiene usted el sentimiento, utilizándola ampliamente, de colocar el sujeto en el vacío, un vicio (vise) técnico (usted es más bien autodidacta) y un vacío histórico (¿hoy no hay más un modelo histórico de representación que podríamos imitar?).

P.G.: Yo por supuesto recibí una formación académica para el dibujo, con un profesor virtuoso. Él podía hacer un cuadro cubista, surrealista, fovista, impresionista…Yo tenía 17 años. Es una formación breve, de un año yo creo, pero que tiene su importancia. Entonces Cézanne… pues bien yo estaba en Valence a esta edad. Me hablaron mucho de Cézanne. En la “santa-victoria” la reserva es para mí una respiración. En ese pequeño elefante de perfil, si miramos bien el cuadro, hay pequeñas superficies vírgenes que pueden evocar un rostro, o una máscara negra vista de frente. Quizás sea eso que abra el espacio. A mí me gusta siempre que podamos entrar y salir de un cuadro. En Manet, la entrada se vuelve lateral y no perspectiva. Cuando pintamos, podemos entrar por un lado y hay que salir. Escuchándolo, la utilización de la reserva viene quizás también de las palabras de ese profesor que decía: “Cuando no se sabe pintar, no se pinta al óleo!” (Sonrisa).Finalmente la reserva, el vacío, es la energía disponible. Dejar espacios vacíos, quizás sea evacuar el conflicto, yo recubriría todo el lienzo si éste tuviera luz por todas partes.

Es el caso de uno de los últimos cuadros de Philippe Guérin. Aunque el lienzo no esté completamente cubierto, la luz circula con la felicidad del final de una tarde florentina, cuando se equilibran la sombra de la arquitectura y los reflejos luminosos sobre los cuerpos.

Bernard Goy, 1996

Exposición “Menus objets de désir de peindre”, (“Pequeños objetos de deseo de pintar”) catálogo, galería Arte & Patrimonio


Philippe Guérin

por Marc Hérissé

Formado a la arquitectura, este artista de 41 años sabe perfectamente estructurar y componer un cuadro, pero tiene también la sensibilidad de saber hacerlo olvidar. Hablar de sus obras es difícil ya que éstas son a la vez brutas y refinadas, figurativas y al mismo tiempo hacen olvidar la figuración, austeras y ricas. Cerca de un gran cuadro llamado « Je veille », de una gran libertad, donde se funden harmoniosamente, como en un crisol, acrílico y pastel, óleo y carboncillo, cera y betún, el artista nos presenta ocho pequeños formatos cautivadores sobre chasis, alrededor del cual la tela engrapada desborda ligeramente, y que son tantos autorretratos; pero autorretratos vistos en un sutil juego de espejos, a través la mirada del otro y presentadas en síntesis como la cabeza de Cristo muerto en la Brera en Milán. Sus obras análogas varían también de manera sutil para constituir homenajes a Van Gogh, Tolstoi, etc. en los tonos negros, grises o tierra. En una pieza vecina, un cuadro abstracto, fascina por su cinetismo carnal.

Marc Hérissé, La Gazette de l'Hôtel Drouot, N°33, página 69, septiembre 1993

Exposición « Tête à têtes », Galería Arte y Patrimonio, París, septiembre 1993

 


Philippe Guérin - Espace Unifor

por Anne Dagbert

La exposición de este joven artista en una tienda de lujo de muebles contemporáneos podría llamarse « Paseo en un país andrógino ». Andrógino desde un doble punto de vista sobre la pintura y la arquitectura, manifestado por la arquitectura y el lugar. Andrógina sobre todo por la atmósfera de los cuadros que representa el cuerpo en un estado indeterminado y al mismo tiempo tan seductor entre lo masculino y lo femenino. Arquitecto de formación, Philippe Guérin ha concebido colgar sus obras como un recorrido, una deambulación ligera entre los muebles de oficina o domésticos de diseñadores italianos, Tobia y Afra Scarpa, que, si no encontramos una relación explicita entre el arte y lo utilitario, los efectos agradables son indiscutibles. El aspecto refinado y sonriente de la pintura, sus colores suaves, el carácter decorativo de los cruces que simulan un paisaje, la elegancia de los grandes cuadros en blanco y negro donde se perfilan las líneas antropomórficas indecisas. Un medallón atrajo mi atención en el cual una mujer-hombre-caballo se recorta en una X con brío. El cuadro que está enfrente, tratado en grisalla, la forma humana se esfuma en la exaltación de un deseo andrógino.

Anne Dagbert, Art press, n°..., página 36, 1987

Exposición Espacio Unifor, París, 1987

 


Musée de Saint -Maur, 1983

Philipe Guérin nació en 1952 en Chalon-sur-Saône, Paralelamente a su escolaridad estudió el dibujo. En 1976, obtiene su diploma de arquitecto con el tema « la arquitectura y el sueño » que le permite estudiar algunas relaciones entre esta disciplina y la pintura. A partir de esta fecha, se dedica completamente a la pintura. Expone en Roma en 1979 y 1981, en París en 1982.

Su formación aparece en el rigor con la cual equilibra sus composiciones y organiza la relación de los colores.

Las referencias a una tradición clásica son múltiples, tal como, la fuerza y el movimiento de los cuerpos, donde el ritmo y la perspectiva de los personajes al interior de un grupo que evocan a Michel-Ange (dibujo 13) o a Tiepolo (cuadro 3).

Esta tradición es completada por el gusto a la abstracción americana que encontramos en la utilización de técnicas absolutamente modernas, principalmente con el empleo de pinturas industriales (cuadros 1 y 2).

La herencia y los modos están integrados y sobrepasados por una sólida personalidad como en el cuadro 4 que evoca a jugadores de hockey americano con una potente musculatura manierista y al tratamiento de chorros de pintura, irresistiblemente pollockiens. Su seguridad y habilidad se afirman con el juego entre los fondos planos y los sujetos en reserva, entre el equilibrio de los personajes y el dinamismo de la composición, acentuados por la utilización de una brocha, o de un cuchillo; finalmente con el color: suave de tonos fríos (cuadro 10), transparencias cálidas para las parejas del políptico (cuadros 5 y 8) donde la violencia de la figuración de cuerpos destrozados sobre un fondo rojo desesperadamente uniforme (cuadro 14)

Jean-François Mozziconacci, 1983

catálogo de la exposición del museo de Saint-Maur